martes, 2 de octubre de 2007

CONOCER A JESUS GALLARDO

Autorretrato.



Resulta que la falta de personalidad, ocasionalmente, no se puede interpretar como tal. En efecto, si pretendemos utilizar el término como mera etiqueta, de forma instantánea encontraremos en los rincones de nuestro cerebro a una serie de personas a las que les vendría estupendamente. Pero hay algo más.
Con esto nos referimos a aquellos que, en términos populares, se dejan llevar por la corriente. O adoptan costumbres ajenas. O conductas. O carecen de las tablas necesarias para desarrollar las suyas propias. Costumbres, estilos, incluso la forma de andar o de pensar. Incluso la forma de reaccionar ante una situación determinada, ante la toma de decisiones. A aquel que no tiene valor de tomar una decisión en un momento determinado, crítico o no, le despojamos de su condición de ser humano (tan dado a cometer errores, a dudar sobre sí mismo, etc), le pegamos la etiqueta y lo adjuntamos a nuestra lista de “sin personalidad”. Pero un servidor prefiere verlo como una forma de vida. Así todo es más sencillo. ? Por reducción, todas las personas tienden a adquirir comportamientos que otros ya han manifestado anteriormente, y no por eso decimos que carecen de personalidad. ¿acaso no carece de personalidad aquel que se compra un coche? ¿o una PSP? ¿o aquel que se dice pertenecer a una tribu urbana? ¿el mod? ¿el grunge? ¿aquel que opta por una inclinación política determinada? ¿el apolítico? ¿el que tiene unas creencias? ¿el que no las tiene? ¿el acomplejado? ¿el sin complejos? Definitivamente, y lejos de parecer un spot de coca-cola, el ser humano es apersonal. En efecto, la personalidad, lejos de su acepción psicológica (dónde no voy a entrar, por lo que ya habrá alguien que me tache de no tener personalidad), no es más que un mero marcador. Entendida de esta forma, la personalidad sería una característica única e intransferible (como las tarjetas de crédito) de cada uno de nosotros. Si así fuera, ¿ por qué se diseña un test de personalidad en base a unos parámetros? ¿quién va a saber más de su personalidad qué uno mismo? Su propio nombre lo dice: personal-idad. Pero en realidad es algo que escapa a nuestro juicio, pues reside en manos del prójimo. Son los demás los que nos pegan la etiqueta sobre el lomo.
No obstante, no tener personalidad también es una forma de tener personalidad. Pensadlo.
Como podéis comprobar, soy un impetuoso aficionado de la duda sistemática. Ésta se desarrolló en mi persona desde muy pequeño, cuando, tras recibir una infructuosa clase de matemáticas impartida por un profesor suplente, me consideraba una víctima del sistema, pues quedó demostrado que lo que había aprendido a hacer, a trompicones y con mucho esfuerzo, lo podía hacer con mayor efectividad una maquinita compuesta por una serie de botones y una pantallita. Hoy en día esto se podría extrapolar al uso del google maps y la geografía… en fin.
Ya en mi más tierna infancia me dedicaba a cuestionarlo todo. Me parecía lamentable que las personas de mi alrededor se sintieran tan íntimamente convencidas de que lo que les gustaba era lo mejor para ellos. Y para todos, por extrapolación. Siempre consideré que había algo más. Y así sigue siendo. ¿me debo conformar con que pasen las cosas de esta manera? ¿Por qué tengo que compartir tu opinión? ¿es necesario actuar de esta forma? Etc. Si nos vamos conociendo, veremos como mi angustiosa necesidad de crítica ajena y propia, más de una vez me ha producido algún problema. Lejos de caer en la paranoia conspirativa, siempre he pensado que todo ocurre por algo. Que las situaciones suceden por alguna razón. Las personas se conocen. Los exámenes se suspenden. Los coches se averían. Los políticos hablan. El despertador falla. La batería del móvil. Un día elaboraré un decálogo de razones ocultas. Siempre hay un motivo, digamos, oculto.
Tamaña parrafada me sirve para sacar a relucir otro de mis defectos: siempre he tenido una fe ciega en el destino. En los presentimientos. En esa sensación de que algo va a pasar, y tienes total seguridad en ello. Cosa que he podido comprobar al menos una vez en mi vida. Sobre esto también escribiré algo.
Igualmente, me encanta observar. Observar a las personas. Personas en sentido estricto. Millones de veces he estado sentado ante un café y acompañado por un compañero de estudios o profesión que reclama mi atención por que se cree que no le escucho. Y en efecto, así es. No le escucho por que mi atención se desvía hacia la mesa de al lado, donde un grupo de estudiantes mantiene una animada conversación. Observo su comportamiento. Su habla. Sus gestos. Desde aquí se pueden relacionar millones de conductas instintivas, animales y prehistóricas, con las que exhiben los miembros de este grupo.
Siempre me he movido, en este sentido, por mi impulsos. Puede ser que un tema de trascendencia internacional me resbale casi por completo. Pero cualquier pequeño suceso me puede afectar como si fuera un terremoto. También puede pasa lo contrario, que uno no es de piedra. A lo mejor que tal o cual ganen las elecciones en tal sitio me da igual. Si van a hacer lo mismo. O que suba el precio del petróleo. Pues iremos a pie. En cambio, ver como un chaval de 15 años roba a un anciano (a parte de hacer lo posible por evitarlo), puede despertar en mí unas ansias irreprimibles de escribir sobre ello. De reflejarlo a mi manera. Buscar al culpable final del asunto. Extrapolar la culpabilidad a la sociedad. De lo que se me ocurra en el momento. Es un ejemplo sencillo, pero se podría extender su uso hacia otros acontecimientos: economía, sociedad, música, espectáculos, crímenes, comportamientos humanos, mundo laboral, etc. Todo es susceptible de pasar por la navaja de afeitar.
Más o menos éste es mi autorretrato. Cabría añadir un par de datos como: estudié en tal sitio, me saqué tal carrera, mis amigos dicen tal cosa, en el futuro pretendo hacer esto o lo otro, etc. Pero no es mi estilo. Prefiero reflejar todos estos acontecimientos vomitando mis impulsos más “hostiles”. No hay mejor forma de desahogarse que mediante lápiz y papel. Un saludo.


Jesús Gallardo.